Por Pedro Palominos y Jaime Barrientos, Director e investigador de Smart City Lab Usach, respectivamente.
Sin lugar a dudas que vivimos en tiempos especiales, en que varias comunas del país están en cuarentena obligatoria, con sus habitantes sin poder salir de sus casas, u otras comunas donde sus habitantes, siguiendo los consejos de los expertos, se autoencierran en sus casas como una medida de protección contra esta pandemia de coronavirus.
Cada día crece el deseo de volver a la normalidad cuanto antes. Sin embargo, no somos conscientes de que nada volverá a la “normalidad” tan rápido, aunque pasen un par de semanas e incluso meses. Algunas cosas nunca volverán a ser como fueron. Caeremos en la tentación de sentir que los tiempos pasados fueron mejores. Sin embargo, para detener esta pandemia debemos repensar la forma de hacer ciertas cosas como, por ejemplo, el trabajo, la educación, el deporte, las compras y cómo controlamos nuestra salud, entre otras cosas. Una vez que las condiciones sanitarias cambien y se vuelva a la “normalidad”, esta última deberá basarse en un “alejamiento social” para frenar la propagación del virus, un rebrote u otro virus que pudiera aparecer, ya que, en los últimos años, las epidemias han aumentado su frecuencia –por ejemplo, la gripe asiática (1957), la gripe de Hong Kong (1968), el Sida/VIH (1981), SARS (2002), Gripe A (2009), ébola (2014-2016) y Covid-19 (2019).
En una sociedad cada vez mas globalizada, su impacto es cada vez mayor y más rápido. Este “alejamiento social” ayudaría a frenar una nueva propagación viral para no provocar colapsos sanitarios, como ocurre hoy en España e Italia. Si asumimos el peor de los casos, podría existir una pandemia permanente y las actividades que dependen en reunir gran cantidad de público se verán afectadas, tales como los eventos deportivos, aulas en la educación tradicional, cines, museos, bares, restaurantes, cafés, teatros, hoteles, gimnasios, transporte publico, aerolíneas, etcétera. Tendríamos un estilo de vida de confinamiento por largos periodos, lo que no es sostenible social y económicamente.
Entonces, la pregunta es: ¿cómo cambiarán nuestros hábitos y los servicios en las ciudades en este nuevo escenario? Nuestros hábitos deberán cambiar con menos apretones de manos, el definitivo adiós al saludo de beso, mayor distanciamiento en las aglomeraciones, el teletrabajo se instalará con más fuerza en nuestros hábitos, así como la educación a distancia, las personas harán menos viajes, más paseos con menos personas, mayor uso de bicicleta por sobre el transporte público, mayor uso de servicios y compras a distancia y, una de las cosas más relevantes, la preocupación por nuestros adultos mayores.
En relación a los servicios, en primer lugar, estos deben mejorar los sistemas de salud para prevenir, identificar y contener brotes, usando más tecnologías como, por ejemplo, los escáneres para medir la temperatura en las entradas de los aeropuertos, estadios, hospitales, edificios públicos, discotecas y, en general, donde sea necesario, así como el uso de teléfonos inteligentes para monitorear en caso de nuevos brotes. También, hay que repensar si los servicios aéreos de bajo costo tendrán asientos tan ajustados como los de hoy en día; si los cines eliminarán butacas para estar más distanciados; y si habrán más cadenas de suministros locales o mayor oferta de servicios online –cursos de todo tipo, como terapias de autoayuda, psicológicas y asesorías, entre otros. En fin, la digitalización de nuestra sociedad y, en particular, de los servicios, que se aceleraron en este nuevo escenario. En condiciones normales, la transformación digital hubiese sido más lenta.
Fotografía: Andrés Pérez, La Tercera.