Por: Dra. María Teresa Santander G, Dr. René Garrido L., Dra. Karin Baeza V., Cristian Díaz C.
Al igual que todas las disciplinas, el desarrollo de la ingeniería responde a la matriz cultural y política de las sociedades. En la antigüedad, los ingenieros fueron a la vez arquitectos, constructores de fortalezas, templos y ciudades, agrimensores de caminos, diseñadores de armas de guerra y especialistas en sistemas de cultivos. El común denominador de todas estas facetas era el ser respetados por su ingenio puesto al servicio de otros, su capacidad de crear obras para los gobernantes y/o la población.
Es recién con la revolución científica del siglo XVII y, más tarde, con la revolución industrial de finales del XVIII, que el ingeniero se posiciona como experto en la resolución de problemas. Pese a este giro en la concepción de su rol social, a lo largo de la historia los ingenieros siempre se han asumido como sujetos políticos, en otras palabras, como promotores de las transformaciones o resistencias al orden social establecido.
En Chile, durante la construcción de la república, los ingenieros (siempre hombres hasta mediados del siglo XX) fueron actores claves para la influencia del Estado en los territorios. De esa manera triunfó, por ejemplo, la medida volumétrica del agua que exigió los litros/segundo en lugar del “regador de agua”, o el sistema métrico decimal, que se impuso con sus kilos y hectáreas a mensuras anteriores como las fanegas y cuadras.
La formación de ingenieros de élite surgidos en el siglo XIX fortaleció el proyecto productivista liberal, por ejemplo, a través de la construcción de infraestructura y la operación de empresas extractivas, acentuando las transformaciones sociopolíticas en los territorios, sobre todo a través del progresivo predominio de un tipo de racionalidad instrumental moderna, batallando contra los saber-hacer locales hasta someterlos, al menos en el plano formal.
La creación de la Universidad Técnica del Estado (UTE) en 1947, marca un punto de inflexión en la educación pública universitaria. Se trató sin duda de una iniciativa aprobada para responder al desafío que el país asumió en el marco del proyecto desarrollista. Sin embargo, además, la creación de la UTE marca un hito histórico, por cuanto representa también la conquista política y social de la Federación de Estudiantes Mineros e Industriales de Chile (FEMICH), quienes, provenientes en su mayoría de la clase trabajadora, habían sostenido una prolongada demanda por la obtención de títulos universitarios.
Durante el periodo de la dictadura cívico-militar que comienza en 1973, los esfuerzos de la institucionalidad estatal por reducir los ámbitos de acción e incidencia de la sociedad civil organizada, calaron profundo también en la —desde 1981— Universidad de Santiago de Chile. Es así que la formación de ingenieros/as conoce un revés en sus aspectos sociopolíticos y de vinculación con la realidad social y comunitaria, predominando un tipo de formación técnica que poco vinculaba al proceso de enseñanza-aprendizaje con los problemas que iba presentando el mercado como principal mecanismo de coordinación social, sobre todo para los habitantes y territorios empobrecidos.
Casi medio siglo transcurrió desde entonces y hoy, nuevamente, los desafíos de la sociedad, que sobre todo en periodos de crisis sistémica y estallido social nos interpelan a replantearnos la formación de ingenieros/as para esta nueva era.
Desafíos en la enseñanza de una ingeniería situada
En este contexto se explica que en la formación de ingenieros en la Universidad de Santiago coexistan actualmente la instrucción de alto nivel e hiperespecialización de las disciplinas ingenieriles, junto con la paulatina reapertura de espacios de discusión y pensamiento crítico en torno a los quehaceres universitarios y su articulación con el país.
Y es que más que engranaje productivo, nos hemos propuesto formar profesionales que sean capaces de comprender de manera compleja y multidimensional los problemas de sus sociedades. La apuesta es tan alta como necesaria: superar la formación acrítica y privatizada que hoy pervive y transitar hacia una formación de ingenieros/as situados/as, profesionales especialistas no solo por el manejo experto de un conjunto de técnicas, sino también por su capacidad de creación y colaboración con otros ciudadanos/as.
Ello implica, necesariamente, formar con componentes pluridisciplinares que permitan fortalecer el ingenio creativo de los ingenieros e ingenieras y ponerlo al servicio del bien común, aprender a mirar en múltiples escalas y a empatizar con una multiplicidad de actores.
Ingenieros/as Locales y Socialmente Responsables
Los principios de trabajo colaborativo, proximidad con los territorios y corresponsabilidad social con los acontecimientos globales y locales, son los pilares fundamentales que permitieron la creación de las escuelas internacionales en la Universidad de Santiago como una forma de añadir el think globally, act locally en temáticas netamente ingenieriles.
Estas escuelas se han presentado como un espacio de educación continua en los cuales se ha problematizado la formación de ingenieros e ingenieras, poniendo énfasis en el desarrollo de pensamiento crítico como eje central, en base al tratamiento de fenómenos transversales que constituyen hoy desafíos globales para sociedades cada más interconectadas.
Esas interdependencias territoriales complejas presentan el escenario perfecto para resituar la ingeniería en una economía basada en el conocimiento, que reconoce la interacción de la universidad, industria, gobiernos, sociedad civil y medio ambiente, con los conceptos asociados a la conocida hélice n-tuple. En este marco, la internacionalización es una hélice adicional imposible de disociar cuando hablamos de desarrollos complejos vinculados a la ingeniería.
Nuestras escuelas internacionales se han enfocado en dotar al estudiantado de herramientas conceptuales y metodológicas que amplían sus horizontes disciplinares, aportando al desarrollo de nuevos sistemas de pensamiento y comprensión del mundo por medio de la inclusión de actores que normalmente no tienen acceso en la educación tradicional en ingeniería. Estos actores se han concentrado en potenciar las especialidades y creatividades de estudiantes desde una perspectiva integral, apuntando a la formación ciudadana relevante en sus medios personales y profesionales.
La primera versión de la Escuela Internacional de Desarrollo Sustentable y Economía Circular, se realizó en Julio del 2019, contando con la participación de 4 países y con la representación de universidades latinoamericanas, europeas y de Oceanía. Esta escuela buscó identificar los aspectos técnicos, sociales, políticos y culturales en la práctica de la ingeniería y en el ámbito de las políticas públicas en las áreas de energía, contaminación y economía circular en un ámbito local e internacional.
Para el año 2020 existen dos escuelas confirmadas que se desarrollarán durante los meses de julio y agosto. La Escuela Internacional de Ingeniería y Sociedad que tiene como objetivo plantearse el papel de las ingenierías en un contexto de crisis sistémica y fracturas sociales por medio del análisis de modelos de desarrollo y gobernanza en las Américas. Y por otro lado, la Escuela Internacional Perspectivas y Análisis de la Gestión del Peligro Sísmico que se centra en prácticas de modelación y análisis de estructuras sismorresistentes, incorporando formas de gestión con la ciudadanía para la creación de planes de mitigación de riesgos.
La composición de académicos/as e invitados/as que integran las escuelas refleja el espíritu plural que las convoca. Siendo un espacio donde se imbrica la ingeniería, ciencias sociales, economía y humanidades, en donde se han utilizado recursos de enseñanza-aprendizaje dinámicos y experienciales a través de talleres, trabajos de terreno, recursos audiovisuales y debates.
Sin que sea fácil de construir, el propósito de las escuelas es claro: potenciar en la formación curricular y extracurricular la capacidad de estudiantes de ingeniería para comprender sus realidades de manera compleja y, a partir de ello, materializar ideas que permitan construir países con mayor dignidad y bienestar social para sus habitantes.